¿Yo podría ser un kentuki o un amo de un kentuki? Me preguntaba al sentarme a escribir esta reseña. Definitivamente, yo sería un kentuki porque me gusta mirar a los otros, me dije a mi misma. La novela de Samantha Schweblin Kentukis te obliga a cuestionarte precisamente esto y analizar al estilo Black Mirror qué rol cumples con las redes sociales y cómo te comportas en ellas, ¿te gusta mirar o ser mirado?
En el mundo de Schweblin, los kentukis son mascotas virtuales de peluche que se asemejan mucho a los furbys, tienen figuras de animales y están equipados con una cámara, micrófono y conexión a internet y sirven para conectar a dos personas sin importar su lugar de origen.
Una de estas personas es la observadora y oyente, la que manipula al Kentuki mientras la otra vive con el Kentuki y dejará que la otra observe toda su vida, incluida su intimidad.
Los kentukis en este mundo han sido creados para acercar a las personas, de ahí que su apariencia sea tierna en forma de topo, conejo, cuervo, panda, dragón y lechuza, lo que provoca en un primer momento cariño por parte de sus dueños, pero mientras la historia avanza esto resulta todo lo contrario, pues rápidamente el juego voyerista de observar al otro desentierra todo tipo de problemas en sus personajes como baja autoestima, soledad, dificultad para entablar relaciones y hasta violencia.
La relación quizás más perturbadora del libro es la de Alina con el coronel Sanders, con quien percibimos esa angustia de sentirse observada por aquel cuervo, y es aquí cuando el lector se pregunta ¿realmente me gusta ser observado por los otros? ¿Qué tanto dejo que los demás observen de mi vida e intimidad? ¿No hacemos esto mismo con las redes sociales? En la historia nunca se descubre realmente quién está detrás de los kentukis mirando al otro, pero en la vida real ¿realmente conocemos a quienes observan todo aquello que subimos a nuestras redes sociales? Y sin quererlo ¿nos hemos convertido en los observados por los kentukis?
